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Consecuencias
 
Edición N° 25
 
Julio 2021 | #25 | Índice
 
Una lectura de El deseo del analista de Javier Aramburu
Por Rosy Goldman
 
Rosy Goldman

No conocí personalmente a Javier Aramburu pero sí tuve un encuentro contingente con su legado simbólico que dejó huellas indelebles en mi formación.

Su bien decir permitió una orientación clara -sin desvíos crípticos- en la dirección de la cura y en lo que constituye o no el deseo del analista.

Por su bien decir puedo colegir que su posición era la de un deseo decidido y causante, no constituyéndose en un Amo del saber absoluto.

Es oportuno tomar una cita de Miller en “Leer un síntoma[1]: “Bien decir y saber leer están del lado del analista, es propiedad del analista, pero en el curso de la experiencia se trata que bien decir y saber leer se transfieran al analizante”.

Tengo el privilegio de hacer una singular lectura de su libro póstumo El deseo del analista[2], que fue revisado rigurosamente por él, con Florencia Dassen en la compilación y la colaboración de varios aportes de analistas que conservaban escritos sueltos, desparramados, casi perdidos, que pudieron ser recuperados.

En honor a la causa que me convocó a la lectura de este encomiable libro -la pregunta por el deseo del analista- haré un recorrido de las diversas elucidaciones que expone Aramburu, siguiendo la enseñanza de Jacques Lacan. Podría conjeturar que fue un profeta en su tierra, ya que de manera simplificada, se anticipó a fines del siglo pasado a muchas lecturas posteriores, que aún hoy resultan sumamente dificultosas de aprehender.

En la presentación Dassen remarca una indicación contundente de Aramburu: “Es preciso que quede claro el punto de la estructura que es el padre para entender qué quiere decir ir más allá de él”[3].

Jorge Alemán (haciendo referencia a la similitud de sus iniciales con J.A.) en el Prólogo se hace eco de sus aseveraciones al considerar el deseo del analista como “deseo de obtener la absoluta diferencia”. Entiendo que aquí puntualiza la afirmación de Lacan en el Seminario 11 donde plantea la “absoluta diferencia entre el Ideal del yo y el objeto a”.

Esta recopilación está dividida en varias secciones: La Interpretación, El deseo del analista, La clínica y la dirección de la cura, Sobre la teoría del psicoanálisis, Psicoanálisis, filosofía, literatura y actualidad, Sobre el concepto de escuela y sus garantías.

A lo largo de los años, cada vez que estuve causada a escribir o acotar un concepto, recurrí en primer lugar, a este libro para orientarme. Siempre hubo una sección que me guió.

En esta ocasión me centraré en la sección en la que reaparece el nombre del libro “El deseo del analista”, centrándome en algunos conceptos fundamentales, con sus múltiples e interesantes articulaciones, sosteniendo mi causa que coincide con la temática del seminario del “Departamento de Psicoanálisis y Pensamiento contemporáneo” de este año, 2021.

En esta sección articula conceptos del Seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” y la clase del Seminario de “La angustia” del 26 de marzo.

Los conceptos seleccionados son: deseo histérico-deseo del analista, lugar del padre, transferencia, interpretación, narcisismo, el ser del sujeto, objeto a, fantasma, pulsiones sexuales parciales, síntoma; articulados entre sí.

De esta sección rescataré una premisa condensada, pero que marca la dirección que va a tomar en la misma “El destino de un análisis se juega atravesando la transferencia. El destino del análisis es la castración simbólica, esto es, que las cosas ocupen un lugar. No es que cada cosa debe ocupar su lugar. ¿Cuál es el lugar de cada cosa?... Un análisis para cada uno, no hay ´el´ analista.”[4]

Les propongo desglosar algunos conceptos de esta cita de Aramburu.

Cuando se refiere a la castración simbólica puntúa claramente que uno no es el falo y que el analista es un transmisor de la falta con lo cual instaura una creencia en el inconsciente instándolo a que trabaje, por lo que la muerte del sueño del ser es lo que se espera de la castración simbólica.

Entonces el analista deberá estar advertido de no demandar ser tomado por analista que implicaría una demanda de reconocimiento imaginario de su ser. Esta posición hace obstáculo a la transferencia. Deduzco entonces que el deseo del analista deberá estar más allá de su narcisismo. Con lo cual el deseo del analista deberá estar despojado de su propio fantasma, que desvirtuaría su escucha. Ya que en la experiencia analítica está en juego un solo sujeto, el analizante con su fantasma.

La sugestión implica que el analista se identifica con el lugar del saber impidiendo al analizante hacer el duelo por el padre privador, base de la castración simbólica. Es preferible para el sujeto imaginar un padre privador siempre presente como destino al que temer u odiar, etc., pero que continúe siendo al que no le falte el ser.

En cambio, la ignorancia de analista deja abierta la pregunta por el otro significante, el que no existe pero en el que se cree: ¿qué quiere la mujer? ¿Qué es una mujer?, interrogante que ya Freud deja sin respuesta. Esta búsqueda del Otro significante, esta pregunta no cerrada, la creencia en ella, es lo que pone en marcha la regla fundamental.

Interpretación

Ahora bien, interpretar no es solamente desarticular el sentido común del discurso del yo, sino “desarticular el lugar del Otro significante al que se dirige el primero y desde donde el sujeto se aliena en el discurso de la demanda del destino”[5]

Aramburu colige que “la apertura de un análisis puede tener dos destinos: obturar esa demanda con una demanda de ser o la neurosis de transferencia como demanda renovada” [6] La ética del psicoanálisis indica que el análisis debe conducir a que el sujeto logre saber en qué está enredado. Para esto será necesario saber leer el bien decir. Que el inconsciente sólo pueda ser captado en la experiencia de un análisis a través de la interpretación, se debe a que se trata de un saber respecto del cual el sujeto está indeterminado. Si el inconsciente puede leerse es porque el síntoma está inscripto en un proceso de escritura

El axioma del que parte Lacan: no hay, no impide desear que haya, por el contrario, es parte de la creencia. “La demanda de amor tampoco alcanza para hacerse Uno con el Otro, sólo lo hace existir pero a costa de ceder en el deseo”[7]

No hay demanda de análisis si no hay vacilación de la certeza fantasmática del sujeto. Esta vacilación, que surge del algo no anda del síntoma, hace tambalear la creencia en el destino fantasmático. La ignorancia sobre lo que nos determina concibe que exista un significante dos que sería el del Otro sexo. Lo importante es “saber si el sujeto cree en el Otro más allá de su yo, creer sin saber que se cree y creer es demandar, es estar pendiente del Otro”[8]

Es interesante en este punto la definición clara que da Aramburu del fantasma como “la verdad del sujeto en tanto no hay Verdad de la verdad, no hay garante de la verdad”[9]. Lo que pone en causa el discurso del analista es cuando la certeza fantasmasmática se desvanece. Al hacer desmoronar el significante amo se produce una caída del sujeto como objeto del fantasma, al que se aferra porque le da cierta consistencia a su ser. El fantasma evita el duelo que implica la pérdida del Otro en tanto objeto real. El significante falla en encontrar al Otro significante que lo completaría, dejando un resto, el objeto a.

Aramburu formaliza una articulación sumamente interesante entre la sexualidad –en tanto pulsiones sexuales-, cadena significante y el deseo. Pone en juego dos pérdidas para el sujeto: una pérdida real que atañe al mito de una vida inmortal y una pérdida simbólica en tanto el sujeto no puede significarse a sí mismo.

De esta articulación se desprende que la transferencia es poner en acto la realidad sexual del inconsciente, y que ésta tenga consecuencias, es decir que produzca otro destino al traumatismo de las pulsiones. “No hay que confundir sexualidad con los términos de masculino o femenino, activo o pasivo, en definitiva con el falo”[10].

La conocida afirmación de Freud de que el sueño es una satisfacción del deseo, - considerando las dos vertientes, la curable y la incurable- se redefine como la realización del deseo que logra una economía de goce. Se puede verificar así la satisfacción de la pulsión en el trabajo mismo del sueño. Se deduce de este modo que lo que queda como incurable es lo imposible de transformar, el agujero en el goce, es la imposibilidad de reducir todo el goce al goce de la palabra, por lo cual avanzado este recorrido de interpretaciones de vaciamiento del sentido debería producirse un significante nuevo, irreductible y al estar por fuera del significado del Otro conduce a la letra, a la cifra que es necesario descifrar. Leer una letra -la letra del goce- no se hace sin el decir, sin la cadena significante. La letra está separada de toda significación. Por eso, Lacan se no se refiere aquí a la lectura del analista sino a la lectura que determina el discurso analítico. La letra es un efecto de discurso”. Una letra, fuera de sentido, sin articulación posible, que conducirá –eventualmente- al synthome.

En el síntoma también se puede deducir dos vertientes, la vinculada a lo curable y por otro lado a lo incurable. La primera es la que atañe al síntoma como significante y entonces la interpretación se juega a través del equívoco. A través de esta operación del equívoco se desinfla el sentido del síntoma. Sin embargo hay un lugar del síntoma que es incurable.

En este trabajo a través del significante se produce una transformación del goce en deseo vaciando el sentido del síntoma; esta operación tiene un límite que denominamos lo incurable que es imposible reducir todo el goce al goce de la palabra en tanto forma de satisfacción de la pulsión. En este punto es necesario tratar el síntoma jugando con el equívoco para no nutrir al síntoma de sentido.

Lacan afirma que el S (Ⱥ) implica que no hay Otro que garantice lo dicho por el Otro. El analista tendría que estar advertido de no hacer de su voluntad la ley. De aquí la importancia de que su análisis haya llegado a la destitución subjetiva que implica el desasimiento del sujeto de su objeto para hacer de este semblante, apariencia y no ser. El deseo del analista instaura en el no-todo el semblante de a, su des-ser.

Deseo histérico-deseo del analista

Aramburu parte de la diferencia entre el deseo histérico y el deseo del analista, recorriendo la diferencia entre el Nombre del padre y el Ideal, para ubicar al deseo del analista como un deseo más allá del padre.

En el caso del deseo histérico, su causa es la verdad; identifica el padre muerto con el ideal en la lógica del reconocimiento, este Ideal supone la caída del deseo en la impotencia.

El deseo del analista, por el contrario, se funda en un más allá del ideal amoroso, del reconocimiento. Está del lado de la pulsión como realidad sexual del inconsciente, o sea articulada en los desfiladeros del significante.

En esta línea a través del deseo del analista se produce un saber hacer con el síntoma que implica un bien decir produciendo este vaciamiento de goce del fantasma y del superyó.

La posición ética de la histeria es aquella que denuncia el supuesto bien del amo, por lo cual se queja pero sin ir más allá que al sometimiento de ese amo. En el discurso analítico se apuesta a un saber hacer con lo que no hay (la relación sexual), a lo imposible –en tanto no deja de no inscribirse- promoviendo un bien decir en este trabajo que tiene como saldo un vaciamiento del goce, del fantasma y del superyó. El que es consecuente con este bien decir es el deseo del analista.

Transferencia

“En tanto hay inconsciente hay transferencia y si la transferencia lo es del inconsciente, entonces hablar de un fin para la transferencia, ¿sería hablar de un fin del insconsciente?”[11], se pregunta Aramburu.

El sujeto intenta buscar una certeza. La particularidad de la transferencia analítica es el deseo del analista. Esto implica la posibilidad de producir un saber en tanto el deseo como objeto, es una incógnita, una x, es la enunciación. Está más allá de las identificaciones. En este punto el psicoanálisis iría más allá del nombre del padre, aferrarse al Edipo es considerar que puede dar cuenta de todo. Ir más allá es causar el vacío y no llenarlo con ningún saber. La práctica analítica no puede ser posible sin implicación del analista, se debe diferenciar del deseo de la histérica ya que, desde esta posición, cumpliría su función como sujeto dividido.

Es interesante recordar que Freud tuvo acceso al inconsciente a través del deseo de la histérica. Esto produjo una confusión entre el deseo del analista y el deseo de la histérica. Lacan interroga esta confusión preguntándose si esta elaboración histérica del deseo como deseo insatisfecho alcanza para definir el deseo del analista. El deseo histérico insatisfecho es el eco del deseo del Otro, tiene como función sostener el deseo desfalleciente del padre, es decir, del padre puesto en el lugar del Otro, como impotente. Este descubrimiento le permitió a Freud desenredarse del deseo histérico y preguntarse por la causa del deseo del Otro. La causa del deseo del Otro no es el padre, de este modo el deseo del analista apunta a determinar la causa del deseo del Otro. Es un operador que va más allá de los deseos de cada analista. En definitiva el deseo del analista no es sin el deseo de Freud y sus histéricas sino un deseo de interrogar a la causa del deseo.

Lacan lo define como una incógnita pero no un deseo insondable sino que como x tiene un límite preciso. Es limitado pero abierto ya que incluye la lógica, la topología, los conjuntos limitados y abiertos. Es una incógnita que funciona para la transferencia y en tanto tal es la presencia misma del analista.

En el Seminario 11 Lacan define al inconsciente como pulsativo. En su vertiente positiva (cuando se abre) se produce el encuentro contingente con el analista en tanto incógnita suponiéndole un saber; la otra vertiente del inconsciente es la resistencia, es decir cuando el inconsciente se cierra. Entonces “el deseo del analista opera en el punto en que la transferencia como repetición se detiene en el encuentro con la causa, en el punto en el que en ese encuentro la transferencia ubica al padre como ideal para encubrir con la identificación el deseo del otro y opera en el sentido de la represión de la pulsión en términos freudianos”[12]. La histérica en el punto en que hay encuentro con el deseo del Otro pone como garante al padre.

Es interesante situar cuando Lacan afirma que hay pre-existencia del objeto sobre el sujeto. El deseo del analista opera ubicándose como semblante del objeto a. No se trata de su deseo subjetivo, sino del deseo como objeto. En este deseo lo que aparece oculto es una de las cosas que el deseo del analista tiene que hacer aparecer: el objeto a. El deseo del analista está más allá de los ideales. Para Lacan el deseo surge del desencuentro del ser con el sujeto, de no poder producir un sujeto que pueda dar cuenta de su ser, no hay ser para este sujeto. Es la falta-en-ser lo que da estatuto a la posibilidad de pensar el sujeto en términos de deseo.

Es necesario que el analista haya producido una separación de las condiciones de su goce en relación al deseo, que no tenga él mismo la creencia de que es posible recuperar el objeto.

El objeto puede cumplir dos funciones: una como tapón de la falta en ser constitutiva del sujeto y la otra cara es cuando el objeto se presentifica, es decir cuando falta la falta, y esto produce horror y angustia.

Ya que este encuentro con lo siniestro puede producir una transferencia negativa y un abandono de la experiencia analítica, es substancial que el analista tenga en cuenta que la angustia es el único afecto que no engaña y pueda maniobrar con esto, no sin contar con el consentimiento del sujeto.

Sugiero continuar con las otras secciones del libro, que son tan ricas como la que me atreví a indagar.

 
Notas
  1. Miller, J-A., “Leer un síntoma” disponible en https://elp.org.es/leer-un-sintoma-jacques-alain/
  2. Aramburu, J., El deseo del analista, Tres Haches, Buenos Aires, 2000.
  3. Aramburu, J., El deseo del analista, Tres Haches, Buenos Aires, 2000, p.8
  4. Ibíd., p.62
  5. Ibíd., p.63
  6. Ibíd., p.64
  7. Ibíd.,
  8. Ibíd., p.65
  9. Ibíd.,
  10. Ibíd., p.90
  11. Ibíd., p.93
  12. Ibíd., p.86
 
 
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