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Consecuencias
 
Edición N° 25
 
Julio 2021 | #25 | Índice
 
Entrevista a Yannis Stavrakakis
Por Mario Goldenberg
En colaboraciĆ³n con Ruby Ramirez
 

Preguntas:

1. Se puede decir que esta época de declinación de los semblantes se nos presenta como síntomas en la política el Brexit, la presidencia de Trump, o la disputa con China. Son distintos elementos que tocan el significante “Democracia”. ¿Cómo afectan su significado?

Se puede diversamente argumentar que hemos entrado en un periodo en el que las coordenadas simbólicas del lazo social y su capacidad de dar forma -de mitigar en cierto alcance- y sublimar lo Real, ha sido desplazado; parece que el viejo y hegemónico “contrato social” ya no funciona. Como Gramsci tal vez lo pondría, entramos en un interregnum, y es entonces cuando una variedad de “síntomas mórbidos” aparecen, es “el tiempo de los monstruos”…

Obviamente, esto afecta la forma en la que opera la “democracia” ya que la hegemonía, actualmente en crisis, es una hegemonía democrática liberal. Sin embargo, no debemos cometer el error a priori de identificar la democracia con el liberalismo. Su articulación ha sido el resultado contingente del encuentro de dos diferentes tradiciones, así como CB McPherson y Chantal Mouffe lo muestran repetidas veces. Debido a una variedad de razones, la mezcla paradójica resultante entró en crisis a partir de la década de 1970. El sentimiento de que el sistema funciona, cada vez más, sólo para unos cuantos pocos (el famoso 1%) y que es incapaz de procesar la demanda de la mayoría (continuado a través del consumismo y la publicidad, pero es cada vez más incapaz de sostenerse en el entorno financiero posterior al 2008, creando así un frustrante cortocircuito del deseo, algo tal vez exacerbado por la crisis climática y la pandemia global) desencadena olas continuas de crisis de representación a un nivel político; al igual que está creando una cierta sofocación psicosocial a nivel intersubjetivo.

Las reacciones a dicha situación varían desde formas extremas de negación y servidumbre voluntaria, acting-outs y una apertura a engancharse a experimentaciones políticas previamente “prohibidas”. En los próximos meses y años podremos observar cómo se desarrollará esta dinámica, especialmente una vez que los efectos sociopolíticos de la pandemia y la crisis climatológica sean registrados a nivel global; y cómo éstos afectarán el destino de nuestras existentes democracias. Por el momento, los desafíos se agrupan bajo la rúbrica de un escándalo populista amenazando alguna clase de preexistente y fantasmática “normalidad”. De hecho, es en tiempo de tales crisis que aquel “populismo” entra en juego ‑la sombra de la democracia, como Margaret Canovan lo ha puesto: siempre presente pero usualmente mantenida a distancia; un parásito que, paradójicamente encarna el núcleo igualitario más íntimo de la democracia cuando ésta es traicionada por instituciones hegemónicas.

Luz Mariela Coletti

Las narrativas liberales dominantes del populismo suelen asumir una postura didáctica y moralista incapaz de registrar las limitaciones de las democracias liberales (existentes) en la era de la globalización ordoliberalista y múltiples crisis. Si evitamos este tipo de ceguera, estamos forzados a enfrentar las diversas formas que asume la reacción populista para responder a la crisis de la democracia liberal. Aquí debemos diferenciar entre dos tipos de ideales populistas. Uno incluyente (usualmente de izquierda) y el otro excluyente (usualmente de derecha). Incluso si alguno puede ocasionalmente transformarse en el otro, en la mayoría de las instancias la diferencia es clara.

El populismo incluyente promete una renovación de la representación democrática, un giro inclusivo e igualitario, incluso un Green New Deal[1]. Parece que se encuentra con serias dificultades para impactar al cambio social real a gran escala, -afectando las infraestructuras de producción y/o el condicionamiento psicosocial del deseo y goce (enjoyment) en el capitalismo tardío; sin embargo, sigue siendo para (los)muchos la única opción política atractiva asociada con el empoderamiento popular y subjetivo.

El tipo excluyente, por otro lado, usa una retórica centrada en el pueblo para camuflar fuertes demandas jerárquicas a favor de un reduccionismo étnico/somático. Éste prospecto sobreviene cuando la construcción del pueblo no es abordada a partir de una articulación política sino a través de la reducción de “el pueblo (the people)” a un ideal fuertemente imaginario que introduce la idea de una (preexistente) unidad esencial y natural. En este caso el significante “pueblo”, que en el populismo (inclusivo) opera como un significante sin un significado determinado, permitiendo la inclusión performativa de todos los sectores popularmente excluidos, incluyendo a los inmigrantes ‑con la excepción de las fuerzas que pusieron en riesgo a la democracia en primer lugar-, es reducido a un sentido mítico (naturalizado) y trascendental (raza, nación, sangre, etc.) severamente restringiendo tal apertura democrática.

Tal reducción suele ser acompañada por una conceptualización mística de liderazgo, que no destaca el nombre del líder o a sus principios de igualdad y unificación estratégica que él o ella puedan representar potencialmente (como mediador en fuga que opera como catalizador temporal de una movilización política efectiva y sobredeterminada por un ethos democrático), sino por su encarnación directa del ya mencionado significado.

En ese sentido, las perspectivas críticas, aquellas inspiradas por una orientación psicoanalítica, necesitan navegar entre dos señuelos y tomar una postura firme:

  1. En contra del anti-populismo ingenuo. Cuando la mutación neoliberal de democracia liberal se desliza hacia el autoritarismo, escribe el psicoanalista Reginald Blanchet, se puede esperar que surja alguna forma de malestar popular, incluso furia. En tales contextos, el “populismo” se convierte en índice, no sólo como significante, sino como mito naturalizado (rescatando a Barthes), que los poderes establecidos usan para desacreditar cualquier voz crítica y cualquier oposición, que se denuncia resumidamente como “populista”. Es obvio que se necesita un análisis crítico para deconstruir este mito que pone en riesgo incluso hasta una mínima invocación de “soberanía popular” y, en última instancia, legitima la priorización ortoliberal de la soberanía del mercado que pone en peligro al planeta y manipula el lazo social.
  2. En contra del populismo excluyente. Es decir, en contra del peligroso tropo que las articulaciones populistas adquieren en ciertos contextos (mayormente en Europa o en los Estados Unidos) priorizando el reduccionismo étnico y la encarnación somática. Teniendo en cuenta el caso francés del Front National, Blanchet castiga rigurosamente esta dirección peligrosa en el que “el pueblo” se esencializa y se convierte en otro índice igualmente naturalizado de plenitud imaginaria que niega la división o divisiones inherentes de lo social.
  3. A favor de un populismo democrático e inclusivo (aún si no se lo nombra de esa manera). Honrando al principio de “soberanía popular”, tal forma de populismo democrático e inclusivo podría potencialmente: a) reintroducir el reconocimiento de división social y antagonismo político -ambos tan cruciales para la democracia- en contra de fantasías (neo)liberales al final de la historia, del dogma TINA (There is No Alternative, frase popular de Margaret Thatcher). Y b) con el propósito de crear un sujeto político alternativo de cambio creíble y potente, podría facilitarse una unificación estratégica (vertical) entre fuerzas opositoras y sujetos, sin eliminar su multiplicidad (horizontal) y sin reducir el “pueblo” a una sola esencia o al poder absoluto de un líder.

Como Laclau y Mouffe lo ponen:

Entre la lógica de identidad completa y de la pura diferencia, la experiencia de democracia debería consistir en el reconocimiento de la multiplicidad de lógicas sociales junto a la necesidad de su articulación. Pero dicha articulación debe ser constantemente recreada y renegociada, y no hay un punto final en el que se alcance un equilibrio definitivo.

Este es exactamente el propósito de un populismo democrático: registrar al Uno de forma dividida, el intermedio estratégico que apunta a resolver la tensión entre Uno esencializado- potencialmente autoritario-, y una fragmentación debilitante que apunta al caos político o a una situación, que es fácilmente manejable por los poderes superiores del establecimiento. Aquí, “el pueblo” emerge como un “significante de la falta del Otro” político, para decirlo en términos de Lacan, indicando que, aunque el Todo de la fantasía no puede ser posible, un goce (enjoyment) diferente del no-todo puede ser accesible en el plano democrático de una democracia-por-venir.

 

2. De alguna manera, se puede decir que perdió vigencia la lógica del “para todos” en la política, teniendo en cuenta los distintos modos de segregación, como migrantes, refugiados, y diversos modos de racismo.

El retorno de antiguas escisiones y divisiones, incluso la emergencia de nuevas formas de segregación es otro resultado de la crisis que he estado mencionando. Este ya no es el límite de nuestra actitud hacia migrantes y refugiados. Esas son noticias viejas, las razones ya eran claras para Lacan al inicio de 1970. En Televisión, se le pregunta sobre la profecía del aumento del racismo y él observa que esto tiene algo que ver con nuestro goce (jouissance) descarrilándose, con un encuentro y choque entre diferentes modos de goce (jouissance). Incluso en un país (EEUU) que ha luchado una guerra civil en torno a este problema, el 2020 demuestra que el trauma sigue siendo muy presente, incluso muchas décadas después.

Esto no se debe a algún tipo de ideas cognitivas malinterpretadas, usualmente asociadas con discusiones en torno a la posverdad y “fake news”; se revela una guerra de afectos profundamente psicosocial y psicopolítica. Como Frando “Bifo” Berardi ha señalado en un texto reciente sobre el Abismo Americano hecho visible durante el asalto al Capitolio del 2021:

Cuando los liberales hablan de “fake news”, pierden totalmente el punto, porque aquellos que comparten una mitología (o un meme) no están buscando la verdad objetiva, como un científico social lo haría. En cambio, ellos usan, consciente o inconscientemente, el poder de la falsa enunciación como un exorcismo, como un insulto, como un arma.

La pregunta más importante no es por qué Trump miente, sino por qué tantas personas votan por él en primer lugar. ¿Cuáles son las condiciones -económicas, políticas, semiológicas, etc.- que produce votar y actuar? La solución al problema no es destituir al hombre anaranjado (otra vez), o prohibirle Twitter (muy tarde, Señor Dorsey, muy tarde). Más bien, es para permitir a las personas pensar y decidir de una forma que no esté nublada por la humillación y el resentimiento.

Por supuesto que la segregación se ha migrado a sí misma para crear divisiones “tribales” y polarizaciones extremas dentro de una variedad de comunidades dentro del mismo grupo -¡noten, por ejemplo, las polarizaciones pasionales emergiendo en redes sociales! A veces estas toman la forma de una Guerra civil virtual- alimentadas por los algoritmos que condicionan las operaciones de la tecnología misma.

Lo que parece emerger en todas partes son burbujas mutuamente exclusivas de una irrealidad que surgen sobre la base de inversiones afectivas antiéticas y modos de goce (jouissance) incapaces de algún tipo de encuentro no violento. Tal es el predicamento al que actualmente nos enfrentamos, y la confianza social general no puede ser restaurada por una simple reorientación a la racionalidad, de hecho, una racionalidad ya comprometida por su asociación explícita o implícita con el ya mencionado 1% y sus intentos para restaurar un gran Otro fragmentado y ampliamente deslegitimizado.

En efecto, lo que parece que se desenvuelve ante nuestros ojos es el colapso de las condiciones político-simbólicas previas donde de compartir una verdad común y construida; una “verdad” que se ha vuelto hegemónica, políticamente y discursivamente, estableciendo cierto consenso, que ahora se encuentra en una profunda crisis. De repente el (supuesto) Uno se divide en Dos. Es entonces cuando nos encontramos con una división entre dos regímenes antitéticos, igualmente fantasmáticos (respaldados por el deseo y la búsqueda de goce (enjoyment), dos diferentes tipos de goce (enjoyment)). Como Bruno Latour lo expresa convincentemente en relación a la lucha entre Trump y Clinton:

Así nos encontramos con nuestros países dividido en dos, cada parte volviéndose cada vez menos capaz de captar su propia realidad, mucho menos la realidad del otro lado. La primera mitad -llamémosla mitad globalizada- cree que el horizonte de emancipación y modernidad (usualmente confundida con el reino de las finanzas) puede seguir expandiéndose hasta abarcar todo el planeta. Mientras, la segunda mitad ha decidido retroceder hacia la Aventin Hill, soñando con el retorno a un mundo pasado. Por lo tanto, hay dos utopías: una utopía del futuro confrontando a la utopía del pasado. La oposición entre Clinton y Trump lo ilustra bastante bien: ambos ocuparon sus propias burbujas de irrealismo. Por ahora, la utopía del pasado ha ganado, pero hay pocas razones para creer que la situación sería mucho mejor y más sostenible si hubiera ganado la utopía del futuro.

Veremos si la administración de Biden será capaz de salir de tal predicamento; puede que sea muy tarde ¿Cómo manejaremos nosotros la situación a escala global? ¿Podremos evitar la implosión social? ¿Cómo podremos restaurar (aunque parcialmente) la confianza? ¡Empecemos definiendo quien es “nosotros (we)” ... especialmente quienes son “nosotros el pueblo (we the people)”!

 

3. La pandemia del CORONAVIRUS ha incluido un elemento perturbador de la naturaleza en la economía, política y cultura; que ha puesto en jaque al orden social y sus diversas variantes ¿Cuál será la influencia del factor pandémico en el orden mundial?

Ya mencioné esto que sugieres en tu pregunta -podemos, más o menos, asumir que tendrá un gran efecto, pero si fuera posible predecir a detalle sus manifestaciones actualmente, no sería tan grande el efecto, tendríamos que indirectamente minimizarlos al reducirlos a lo que se conoce hoy en día…

Aquellos que se apresuren en articular predicciones probablemente se decepcionen. Por ejemplo, desde un principio algunos periodistas y líderes de opinión han intentado ordenar a priori las implicaciones sociopolíticas de la pandemia. Desde la perspectiva liberal, algunos predijeron que, al apoyar el estatus del experto en salud imparcial, ¡la pandemia podría matar al populismo! Nosotros examinamos este asunto en un reporte especial en el POPULISMUS Observatory que editamos junto con un colega de la Universidad de Loughborough, Giorgos Katsambekis, que incluyen ensayos cortos escritos por varios autores que cubren 16 casos en todo el mundo ¿Cuáles son nuestras conclusiones preliminares de la primera ola de la pandemia y sus implicaciones políticas?

Básicamente son cuatro:

  1. No, el COVID-19 no está “matando” populistas.
  2. No, no todos los populistas respondieron de la misma manera al COVID-19.
  3. La ideología es un factor crucial que no puede ser pasado por alto.
  4. En muchos casos, entender las políticas de ciertos actores a través de un lente del “populismo” puede ser un tanto inexacta y engañosa. Por ejemplo, la negligencia del saber científico está directamente asociada más con una ideología de la ultraderecha que a la populista.

Al mismo tiempo, en otro extremo, personas que se apresuraron en denunciar el uso de la pandemia como excusa para hacer cumplir y legitimar un “estado de excepción” permanente (como Giorgio Agamben) solían restar importancia a los riesgos a la salud encontrados. Sin embargo, a un año de la pandemia, es importante examinar seriamente en qué medida varios gobiernos han usado la situación en cuestión para profundizar el perfil post-democrático en nuestras sociedades. Temo que, dentro del contexto subsiguiente, el llamado “retroceso democrático” ya no es prerrogativa de países como Hungría y Polonia - parece estar firmemente localizada en el corazón de las (existentes) democracias liberales.

Si esta tendencia continúa, uno no debería subestimar la reacción negativa popular que probablemente surja cuando las personas salgan del encierro global, dándose cuenta, en la mayoría de los casos, que su futuro será empobrecido e incierto; pero que ya no tendrá el derecho a articular políticamente su predicamento y demandar un futuro diferente - parece que éste es el predicamento en Grecia y en otros lugares, por el momento.

 

4. La crisis actual ha dejado al descubierto la extrema desigualdad entre países y dentro de cada uno de ellos; y a su vez la desigualdad en la respuesta política de sus diversos gobernantes.

Por su puesto. La pregunta real es, por supuesto, si esto será suficiente para desencadenar un rumbo alternativo.

¡Esto no puede ser ignorado ya que no hay garantías! No obstante, también hay espacio para el optimismo. Noten, por ejemplo, lo que está pasando en Chile, un país que atravesó una imposición violenta de un gobierno neoliberal. Y aun así las personas están demandando, con gran fuerza, ¡un futuro alternativo!

 

5. Los diversos modos de populismo pareciera que no tienen un elemento en común sino la modalidad de gobernar ¿Considera que el populismo va a plantear una renovación de la política?

Como ya vimos, algunas formas de políticas populistas - es decir, una combinación de pueblo-centrismo y anti-elitismo - usualmente permanece como único vehículo disponible para mantener viva la política dentro un terreno postdemocrático que despolitiza la sociabilidad humana y legitima las formas extremas de igualdad y gobernanza jerárquica. No se puede responder de forma abstracta a qué grado puede facilitar el cambio verdadero, pero debe tomarse en consideración los tropos de antagonismo político en cada contexto histórico particular.

La paradoja es, de todos modos, que lo que provee al populismo su fuerza movilizadora puede también limitar su alcance. ¿A qué me refiero con esto? Me refiero a que, obviamente, el populismo se mantiene como una reacción a la violación de un “contrato social” preexistente y así, condicionado por la hegemonía preexistente; requiere mucho esfuerzo y mucha diligencia en términos de diseño institucional para que avancen nuevas formas de empoderamiento popular, que no suele ser el caso.

Por un lado, movimientos políticos y sociales rara vez surgen de la nada, como resultado de algún tipo automático de razón lógica. Ya conocemos esto gracias al trabajo del gran historiador marxista E.P Thompson. De hecho, Thompson advirtió en contra de un reduccionismo económico crudo, en contra de descripciones simplistas de las multitudes plebeyas del siglo XVIII, que no podían captar ni explicar su encuadre legitimador simbólico. Para anular tal perspectiva “espasmódica” simplista, Thompson resaltó la idea de que la “noción legitimadora” debe tener permitido y facilitado tal comportamiento de masa. Cierto marco simbólico (preexistente) haciendo posible tal acción al proporcionar algún significado capaz de atraer e inspirar, alguna "forma y fuerza", usando una frase acuñada por Laclau, para capturar la potencia del discurso político en general. Esta noción legitimadora operó sobre la base de:

“la creencia de que protegían sus derechos y costumbres tradicionales; y, en general, de que ellos eran apoyados por un amplio consenso de la comunidad. En ocasiones, este consenso popular fue respaldado por una licencia otorgada por las autoridades. Más comúnmente, el consenso era tan fuerte que anuló el motor del miedo y la deferencia.”

Sin ser tan directamente política, esta “economía moral” involucró características políticas al grado de que dinamizó demandas y principios claramente formados y apasionadamente investidos, que fueron compartidos incluso en parte por las autoridades de la época, sobre la base de una lógica paternalista que hizo de éstas últimas, a cierto grado, “prisioneros del pueblo”.

La modernidad política ha desestabilizado, por su puesto, a las economías morales tradicionales regulando la relación entre los que gobiernan y los gobernados. La economía se ha reformulado bajo una diferente luz tecnocrática y la política es regulada por “contratos sociales” explícitos y legalmente sancionados. Pero las actividades de los sectores plebeyos nunca sacaron provecho, a tal grado que nuestras sociedades se mantuvieron marcadas por desigualdades que nunca dejaron de desencadenar agravios, movimientos sociales y movilizaciones políticas. Ahora, debido a las Revoluciones del siglo XVIII y algunas otras revoluciones - en Reino Unido, las actividades protopopulistas de los Cartistas son de gran interés -los desafíos contemporáneos en contra la injusticia, la desigualdad y la marginalización política pueden adquirir legitimidad no sólo a través de referencias a algún pacto hegemónico habitual implícito como aquél descrito por Thompson; sino al invocar un principio constitucional de “soberanía popular”. Siempre que los sectores populares consideren que el contrato social es quebrado, siempre que la desigualdad y la marginación ocurren de una manera que se cree que no está restringida, surgen llamadas para reparar la situación que reclaman la necesidad de restaurar la “soberanía popular”: honrar el contrato social desestabilizado introduciendo cambios. Este deseo inspira demostraciones, movilizaciones, hasta incluso la creación de nuevos movimientos y partidos que intentan conquistar el poder con el fin de restablecer la representación, reequilibrando las relaciones de poder y su marco socioeconómico. Mucho ha cambiado, pero lo simbólico y el material cultural que media la angustia económica y social, el condicionamiento discursivo de la demanda popular y movilizaciones populistas, se mantienen, más o menos, iguales. Sólo ahora, la “noción legitimadora” requerida es mucho más clara, explícita y presente en nuestro vocabulario constitucional y político.

Por otro lado, las limitaciones del populismo son similares, que suelen estar determinadas por su estatus reformista; a menudo estas constituyen un llamado a honrar promesas hechas en el pasado para crear un consenso democrático liberal; a pesar de que no es posible excluir, a priori, la emergencia de híbridos más visionarios y radicales - especialmente cuando el establecimiento, con el cual los sectores plebeyos se enfrentan, asume una forma cruda de autoritarismo.

Estos temas son abordados a profundidad por Yannis Stavrakakis en un libro que se publicará pronto: “El Goce Político. Discurso, Psicoanálisis y Populismo”, de Pluriverso Ediciones.

Agradecemos a Martina Goldenberg por la revisión de la traducción.

 
Notas
  1. El Green New Deal es un conjunto de propuestas políticas para ayudar a abordar el calentamiento global y la crisis financiera. Se hace eco del New Deal, los programas sociales y económicos iniciados por el presidente Franklin D. Roosevelt a raíz del Crac del 29 y en el inicio de la Gran Depresión.
 
 
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2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA