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Consecuencias
 
Edición N° 29
 
Septiembre 2024 | #29 | Índice
 
Hablemos de bullying [1]
Por Lorena Sruber
 
Lorena Sruber

Cuando hablamos de bullying (palabra en inglés que refiere a la violencia entre pares) nos encontramos con discursos que acusan a niños/as y adolescentes como si fueran culpables de una situación delictiva. En muchos casos se habla de víctimas y victimarios, o de hostigadoras/es y/o personas agresoras. Incluso, en algunas circunstancias se fomentan acciones legales a través de una denuncia. Sin embargo, una cosa es que desaprobemos un comportamiento violento o una conducta agresiva y otra cosa muy distinta es que esa desaprobación sea pensada como un castigo que condene a una niña, niño o adolescente.

¿Por qué esto nos tiene que hacer ruido? Porque estos modos de nombrar ocultan –u olvidan– que quienes forman parte de estas situaciones son niñas, niños y adolescentes, sujetos que están en plena conformación de sus procesos identitarios y que están ensayando formas de vincularse con otras y otros. Estas expresiones, lejos de fomentar la reflexión sobre lo que pasó, agravan la situación al buscar como respuesta el castigo o la pena. En vez de alentar vínculos plurales y diversos, estos discursos anulan la capacidad de desarrollar entornos seguros donde niñas, niños y adolescentes puedan hacerse responsables de sus acciones y decir que algo no les gusta o que les genera sufrimiento. Desde el lugar del adulto, nuestra función es habilitar el diálogo y promover la responsabilidad cuando una agresión tuvo lugar.

¿Podemos hablar de "víctimas y victimarios"?

No es correcto usar estas denominaciones. En primer lugar, porque al ser palabras que provienen del ámbito jurídico o legal, suponen que hay un delito y responsabilizan únicamente a las chicas y los chicos. Por otro lado, ocultan que hay niñas, niños o adolescentes que están en pleno proceso de aprender a vincularse. Proponemos, en cambio, abordar la problemática del bullying desde otro enfoque. Esto no significa avalar situaciones de violencia, sino que implica tener en cuenta que las agresiones suceden en un contexto determinado, y que nuestro lugar como personas adultas es intervenir frente a cualquier situación de sufrimiento resguardando los derechos de las niñas, niños o adolescentes que forman parte de la situación.

¿Por qué hay niñas, niños o adolescentes que agreden o que avalan una situación de violencia?

No hay una sola razón que explique por qué en las relaciones de un grupo o aula cada persona asume una determinada posición. En la búsqueda de la propia identidad, niñas/os y adolescentes necesitan ser reconocidas/os por algún rasgo que los haga sujetos únicos e irrepetibles, a partir del cual construir una imagen más o menos consistente sobre sí mismos, y que les permita responder a las preguntas sobre quién soy o quién quisiera ser. No suele ser un camino fácil, de hecho, continúa a lo largo de toda la vida y en esta búsqueda pueden encontrar "soluciones fallidas”. Identificarse como la persona que provoca, maltrata, es fuerte o poderosa puede ser un intento, aunque no sea el mejor, por encontrar un modo de ser nombrado o reconocido dentro del grupo. Pero, en definitiva, revela una carencia: la dificultad para encontrar otro tipo de representaciones con las cuales identificarse. Decimos que es fallido porque claramente no es lo mismo pensarse como quien maltrata o ejerce violencia, que como quien sabe cantar, juega bien a un deporte o tiene un compromiso con una causa política o solidaria.

Es fundamental ofrecer oportunidades para que las niñas, niños y adolescentes encuentren otros modos de ser nombradas/os que les posibiliten desprenderse de las etiquetas que pueden haber asumido como propias, al costo de quedar petrificadas/os o reducidas/os a ellas.

No debemos olvidar que la construcción de la identidad también se pone en juego en los entornos digitales. En estos espacios, uno de los riesgos es que la popularidad se transforme en un ideal y que, al intentar alcanzarla, lleve a publicar contenido agresivo hacia otras personas con el único fin de obtener más seguidoras/es y/o visualizaciones.

Es importante comprender que estos roles que niñas, niños y adolescentes van ensayando no son rasgos de identidad, sino posiciones que asumen temporal o circunstancialmente y, por lo tanto, pueden ser modificadas. Por eso, no sería correcto decir que un niño es violento o una niña es agresiva, sino que es mejor plantear que este niño está teniendo una conducta violenta o esta niña se está relacionando de forma agresiva.

Catalogar a una persona como "violenta" o "conflictiva" no contribuye a abordar las situaciones de agresión de las cuales niñas, niños o adolescentes forman parte. La escuela debe propiciar la búsqueda de representaciones que permitan que las chicas y los chicos construyan una idea de quiénes son en el marco de una convivencia plural y solidaria.

Debemos tener en claro que todas las personas involucradas en una situación de bullying sufren. Ya sea porque encuentran formas de vincularse agresivas o violentas con sus pares, porque observan la situación siendo partícipes de la misma, alentándola o no sabiendo cómo actuar ante ella, o porque son quienes reciben palabras o acciones agresivas.

Intervenir ante situaciones de bullying no significa identificar culpables o buscar soluciones que alienten el castigo. Tampoco generar un escenario basado en la desconfianza, catalogando a la persona que agrede como fuente de peligro o potencial enemiga/o. Estas ideas, lejos de resolver el problema, lo agudizan. Para detener estas situaciones tenemos que evitar que se establezcan formas de relación basadas en la agresión. Para poder acompañar y encontrar formas de vincularse no violentas es fundamental sostener una escucha atenta que no juzgue y que habilite la pregunta sobre lo que pasó. En el diálogo que establezcamos tenemos que dejar en claro que vamos a acompañarlas/os para que la situación de violencia no se vuelva a repetir. Probablemente lo que nos cuenten nos genere impotencia, dolor y enojo, pero no debemos olvidar que no somos quienes sufrimos en primer lugar. Por eso, es importante actuar reflexivamente. También debemos tener en cuenta que la resolución de este tipo de problemáticas lleva un tiempo, porque no existe un abordaje único ni inmediato.

Por otro lado, debemos tener presente que cuando exponemos una situación de violencia en las redes se hace más difícil resolverla, porque no solo se vulnera el derecho a preservar la intimidad, sino que tampoco es una vía de resolución en sí misma. La exposición del problema se transforma en una vitrina pública que profundiza su magnitud.

Frente a una situación de bullying o de cualquier otra forma de agresión entre pares es fundamental:

. Concurrir a la escuela (o ámbito comunitario en el que se desarrolle el conflicto) a plantear el problema, para buscar una solución en conjunto.

. No dejarse llevar por preconceptos sobre los sujetos. Separar los hechos de las personas (no considerar que las chicas o los chicos "son violentos", sino entender que actúan de ese modo en determinadas circunstancias).

. Evitar suponer que la escuela o el espacio comunitario "no va a hacer nada". A veces eso sucede porque no sabemos con claridad qué acciones se están realizando, por eso es fundamental dialogar. También puede ser que no estemos de acuerdo con el modo en que se actúa. En ese caso, es importante manifestarlo para buscar acciones coordinadas.

. No intentar comunicarse en forma directa con la otra familia, ni con las personas involucradas. Esto puede agravar el problema, y generar que la situación para el niño/a o adolescente sea más difícil de manejar o resolver.

. No minimizar una situación de agresión, sobre todo aquellas que suceden en forma sistemática.

El consentimiento consiste en poder decir que no libremente. Es decir, tener la posibilidad de expresar qué queremos y qué no queremos, qué nos gusta y qué no.

Cuando un conflicto adquiere una forma violenta, no son los chicos y las chicas quienes tienen que buscar la solución por su cuenta. Frente a las situaciones de violencia entre pares, la escuela debe actuar para ponerles fin.

El rol de los adultos no solo es estar presentes cuando una situación de conflicto sucede, sino también generar respuestas para su resolución.

A vincularse se aprende. Un enfoque que promueva el cuidado en la escuela debería generar acciones para acompañar a que niñas, niños y adolescentes puedan comprender cuando una situación genera un daño hacia otras personas o hacia ellas/os mismas/os.

¿Hasta dónde puede intervenir la escuela cuando se dan agresiones a través de las redes? Lo que sucede dentro del entorno digital afecta la convivencia en otros entornos (y viceversa). En vez de discutir si la institución escolar debe intervenir cuando hay agresiones por fuera de su ámbito, tenemos que entender que los vínculos también se construyen en diversos espacios. Por eso, la escuela tiene que tomar posición frente a las situaciones de conflicto que suceden en las redes. Esto no puede hacerse sin el trabajo en conjunto con la familia y otros espacios educativos que participen en la construcción de vínculos.

¿La escuela puede poner sanciones?

Las situaciones de violencia siempre implican una transgresión y la escuela no puede hacer como si nada hubiese pasado. En estos casos, la escuela tiene que dejar en claro que la agresión no es una forma válida de vincularse con otras personas. Sin embargo, esto no equivale de ningún modo a poner sanciones que vulneren los derechos de las chicas y chicos. Bajo ninguna circunstancia deberíamos tomar acciones como exigir disculpas en forma pública, obligar a realizar una acción en contra de la voluntad o expulsar a alguien de la institución escolar.

¿Es lo mismo castigo que sanción?

No es lo mismo un castigo que una sanción, pero ambas suelen confundirse en gran parte por nuestra propia historia escolar. Hasta hace poco el enfoque que predominaba en las escuelas se centraba en la disciplina, y no en la convivencia. En nuestro país, la Ley 26892 para la Promoción de la Convivencia y Abordaje de la Conflictividad Social en las Instituciones Educativas[2] impulsa la constitución de un sistema de sanciones formativas dentro de un proceso educativo que posibilite a niñas, niños y adolescentes a hacerse responsables progresivamente de sus actos. ¿Y qué es una sanción formativa?

A diferencia del castigo, la sanción promueve que la persona se haga responsable de su propio acto, que comprenda sus consecuencias y, si fuera posible, que pueda reparar el hecho cometido. En este sentido, las sanciones buscan acompañar la construcción de vínculos y poder restaurarlos. Desde este enfoque, no pensamos que haya que postular un listado de sanciones previamente estipuladas, porque las mismas tienen que plantearse considerando cada situación particular.

Las sanciones nunca son arbitrarias ni deberían plantearse exclusivamente a discreción de un/a solo/a docente. Deben pensarse como una construcción compartida.

Incluso cuando se aplica una sanción, tenemos que entender que eso no es suficiente para garantizar la convivencia escolar fundada en el respeto y la inclusión. Aprender a vincularse es parte de la tarea cotidiana en la cual participamos escuela, familia y comunidad, y no se puede reducir a un solo acto o momento.

Frente a una situación de agresión entre pares, la escuela puede:

  • Ayudar a que las personas que agreden puedan asumir su responsabilidad sobre el hecho y sus consecuencias.
  • Generar instancias para que quienes agredan comprendan el dolor que pueden estar haciéndole sentir a otra persona.
  • Promover espacios para que las personas que participan de la situación de violencia, ya sea alentando y/o mirando, tomen conciencia de la necesidad de no sumarse y de buscar ayuda de una persona adulta.

¿Cuándo es pedagógica una sanción?

No debemos olvidar que el trabajo y acompañamiento de las y los docentes en torno a los vínculos es educativo, incluso a la hora de pensar una sanción. La Ley 26.892 para la Promoción de la Convivencia y el Abordaje de la Conflictividad Social en las Instituciones Educativas señala que las sanciones son parte de un proceso que ayuda a la persona a hacerse responsable de su acto, de acuerdo a su edad.

La ley también señala que cualquier sanción debe ser gradual y proporcional a la transgresión cometida. Por otro lado, debe definirse garantizando la escucha de todas las personas involucradas.

¿Qué puede hacer la escuela para prevenir una situación de agresión entre pares?

La escuela enseña a cuidar al acompañar a las personas a hacerse responsables de sus actos y sus consecuencias.

No hay un solo método para evitar una situación de agresión entre pares. Se trata más bien de apostar al vínculo, que de prevenir una situación de violencia. La prevención se centra en el riesgo, mientras que pensar en el cuidado alienta la construcción de relaciones respetuosas y solidarias.

La escuela tiene que trabajar en pos de una convivencia que incluya a todas y todos. En la escuela:

Se habilitan espacios de diálogo desde el respeto y el cuidado, donde todas y todos puedan conversar sobre lo que les sucede sin exponer de modo alguno a las chicas y a los chicos.

Se generan actividades que les permitan a las chicas y a los chicos sentirse reconocidas/os y valoradas/os, desarrollando sus intereses e inquietudes. Esto puede ser a través de propuestas deportivas, recreativas y/o artísticas que generen diversas formas de grupalidad (no solamente por curso o grado, por ejemplo).

Se fomentan espacios de participación democrática a través de diversas propuestas e instancias como Consejos de Convivencia, Consejos de Aula y otros órganos de participación democrática, para la construcción de acuerdos escolares de convivencia. La construcción de una norma en común en torno a las formas de vincularnos no solo abre el debate sobre las representaciones que tenemos en relación a las/os otras/os, sino sobre todo permite hacerse cargo de estos acuerdos al haber participado en su construcción.

Se fomentan espacios de trabajo en grupo, ayudando a que las chicas y los chicos puedan organizarse, y cuidando que ninguna/o se sienta sola/o o quede fuera de una propuesta grupal. La tarea en común genera dinámicas de trabajo que muchas veces no son fáciles de abordar de otro modo y deben ser lo suficientemente diversas para que todas/os las/os estudiantes puedan sentirse parte.

Se promueve una actitud receptiva y empática ante la manifestación de inquietudes, sentimientos, emociones, sensaciones y pensamientos. Muchas veces se considera que las personas deben aprender a controlarse o autorregularse. No se trata de buscar el autocontrol, sino reconocer que todas/os tenemos diversos modos de expresar lo que sentimos, y acompañar a las chicas y los chicos para que sus manifestaciones puedan ir en consonancia con la construcción de vínculos respetuosos y solidarios.

Las chicas y los chicos cuentan con personas adultas referentes que van a poder acompañar la resolución de conflictos, y también buscar estrategias para resolver una situación que les genere dolor y/o sufrimiento.

Se ofrecen espacios de enseñanza para pensar críticamente estereotipos y clasificaciones. A lo largo de la vida habitamos diversos ámbitos en los que circulan representaciones sociales y culturales a través de los cuales comprendemos el mundo. La escuela ofrece una oportunidad para reflexionar en torno a las formas en las que nos vinculamos con otras personas.

Se implementa la Educación Sexual Integral que permite cuestionar y erradicar estereotipos, que promueve el cuidado del cuerpo y la salud, que valora la afectividad y la diversidad, que brinda información y a la vez promueve el ejercicio de los derechos, aportando a una sociedad más justa.

Frente a una situación de bullying o agresión entre pares la escuela no puede vulnerar los derechos de ninguna niña, niño o adolescente:

No puede expulsar a ningún/a estudiante.

No debe intervenir desde discursos que estigmaticen a las chicas y a los chicos.

No puede exponer públicamente a ninguna niña, niño o adolescente.

No puede sancionar sin haber escuchado a todas/os las/os estudiantes que participaron en la situación problemática.

No puede aplicar sanciones que no tengan un carácter educativo.

La construcción de una cultura del cuidado en común ¿Prevenir o cuidar?

Los discursos sobre el bullying suelen hablar de prevención como una forma de anticiparse ante el peligro. Se trataría de advertir una agresión o un riesgo y ponerse en alerta. Hablar de una cultura del cuidado, en cambio, supone no solo atender las situaciones que se presentan, sino también ofrecer otras miradas posibles.

Pensar en el cuidado nos ubica en un lugar diferente como escuela, como familia y como comunidad. Porque la cuestión no es evitar que alguien provoque daño, sino de cuidar un vínculo y a quienes forman parte de él.

El cuidado tiene distintas dimensiones. Cuidar es cuidar nuestros deseos, nuestros sentimientos, nuestros lazos. Apoyar, ayudar y alentar a compañeras, compañeros, amigas y amigos también es una forma de cuidado. Compartir las tareas entre pares, colaborar en lo cotidiano con nuestra familia y en la comunidad, conversar y respetar estos acuerdos teniendo en cuenta la perspectiva de género, los deseos y los sueños propios y de la otra persona, también es parte del cuidado. Tratarnos bien con quienes nos rodeamos, cuidar nuestras formas de decir y de dirigirnos a las otras y los otros, generar espacios donde demostrar el afecto de manera libre y sin presiones, también es cuidar y cuidarnos.

Espacios de participación

Participar implica ser y formar parte. Cuando hablamos de personas que participan, nos imaginamos sujetos activos, que tienen voz y un rol en un grupo, institución o comunidad. Dar lugar a la participación es también un modo de ofrecer a niñas/os oportunidades de ser reconocidos.

A participar se aprende participando, y para ello es fundamental ofrecer espacios. Ofrecer es mucho más que permitir: se trata no solo de hacer lugar, sino también de generar las condiciones para que ello sea posible. De este modo, tenemos que pensar cuales son las herramientas y dispositivos que fortalezcan a las chicas y chicos como sujetos activos.

¿Cómo alentamos la participación?

Desde la comunidad, podemos alentar la participación ofreciendo actividades deportivas, artísticas y espacios de encuentro. En la escuela, podemos promover espacios de participación genuina, como el centro de estudiantes, la organización de asambleas y/o los consejos de aula. Estos son espacios que se instalan de forma sistemática, y promueven el debate y el diálogo. Desde la familia, podemos generar herramientas que estimulen la autonomía y la toma de decisiones de acuerdo a la edad de las chicas y los chicos.

Por otro lado, es fundamental que la escuela no solo promueva espacios para las chicas y los chicos, sino también lugares donde la familia y la comunidad sean partícipes de la experiencia escolar. Por ejemplo, las clases abiertas, la colaboración en excursiones y la organización de eventos. Las familias tienen el derecho a tener representación en órganos de participación, como el Consejo de Convivencia, y es indispensable que la escuela genere los medios para que ello sea posible. Por ejemplo, poder pensar en conjunto los acuerdos escolares de convivencia. Fortalecer el vínculo entre la escuela y las familias propicia la construcción de un ambiente de cuidado.

La Ley 26.892 para la Promoción de la Convivencia y el Abordaje de la Conflictividad Social en las Instituciones Educativas, en su artículo 4, impulsa la participación de la comunidad educativa, sea cual fuere el nivel y la modalidad de la enseñanza, en la elaboración y revisión de los acuerdos de convivencia escolar.

Otros espacios claves son las reuniones de familias que las escuelas realizan en el momento de inicio o cierre de una etapa del año. Asistir a esos encuentros no solo es una responsabilidad que deben asumir las familias, sino que también es una oportunidad para saber cómo está trabajando el grupo, qué características tiene y qué temáticas preocupan a la escuela. A la vez, permite el encuentro con otras familias y con referentes docentes de la institución educativa.

Una responsabilidad compartida

El bullying u otras formas de violencia entre pares no son un problema exclusivo de la escuela, la familia o la comunidad. Como personas adultas somos corresponsables: nuestra responsabilidad es compartida a la hora de decir NO frente a situaciones de violencia en cualquiera de sus formas. Muchas veces, al no trabajar mancomunadamente, alentamos a que se perpetúe una situación de maltrato. Las chicas y los chicos precisan orientaciones que sean articuladas y coherentes. Eso no quiere decir que tenemos que estar siempre de acuerdo, pero una confrontación que no permite el diálogo nunca nos lleva a buen puerto.

Para la construcción de una cultura del cuidado en común, es importante:

Asumir una responsabilidad compartida entre la escuela, la familia y la comunidad para rechazar cualquier forma de violencia.

Alentar los espacios de participación.

Promover la construcción de los Acuerdos Escolares de Convivencia.

Generar la reflexión sobre los discursos sociales que promuevan cualquier forma de violencia.

 
Notas
  1. Extraído del cuadernillo Hablemos de Bullying: un material para compartir en la escuela, con las familias y la comunidad, 1° ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación, 2022.
  2. Ley sancionada el 11–09–2013. Establece las Bases para la promoción, intervención institucional y la investigación y recopilación de experiencias sobre la convivencia así como el abordaje de la conflictividad social en las instituciones educativas de todos los niveles y modalidades del sistema educativo nacional.
 
 
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