El deseo de tener un hijo está siempre atravesado por dudas y temores, generados por la incertidumbre propia de la experiencia, tanto desde la decisión misma, la mayor o menor planificación, el transitar la búsqueda desde una sexualidad activa con tiempos determinados, el pasaje por diversos tratamientos de reproducción asistida, la oferta de donación de gametos, la oferta de vientre subrogado, los diagnósticos a veces muy inciertos, y las expectativas de cada uno a lo largo de todo ese proceso.
Nos abocaremos más específicamente a aquellas situaciones donde el tratamiento de reproducción asistida tendrá que ser por donación de gametos. Sin duda, haber llegado a esa instancia es generalmente posterior a diversos intentos fallidos con gametos propios del hombre y la mujer en cuestión.
Nos interesa ahondar en la procreación heteróloga, es decir, procreación con gametos donados.
Nuestra experiencia clínica nos evidencia que, llegados a esta instancia, siempre surge el planteo sobre si seguir adelante o no. Gametos donados sí o gametos donados no. Gametos de la pareja parental sí o nada. Y así comienza una etapa de elucidación donde se llegan a cuestionar si podrán tener un hijo que "no es propio", aludiendo a la genética correspondiente a un tercero que donaría los gametos. Gametos que tienen una mejor condición biológica pero que le pertenecen a alguien que es un anónimo, por ende, desconocido, ajeno a la familia a la que cada integrante de la pareja parental pertenece, y de quien no se conoce ningún antecedente más allá de lo atinente al genotipo, que incluye la apariencia física y las posibles enfermedades congénitas. Generalmente la duda que suele transformarse en pregunta es si podrán "quererlo como un hijo".
El hecho de ser gametos "jóvenes" o "sanos", es ya una herida narcisista importante, ya que los gametos propios deberán ser "descontados" por "no servir" o no ser "viables" para tener más chances de que el resultado sea el esperado: "gestar" un embrión. Y allí comienza todo un debate sobre el embrión portador de una genética que no les pertenece, que les es ajena, diferente de la de los familiares ascendientes.
Y aquí surge la pregunta: ¿a qué se debe el otorgar semejante peso a lo heredado genéticamente?
Estamos atentos al avance de la ciencia y lo que lo biológico llega a representar como valor para muchas personas en general y en particular en las mujeres y hombres que buscan ser madres y padres. Valoración que opera muchas veces por encima de lo afectivo y el deseo que circula en ellos.
¿Un hijo es hijo del deseo o de la ciencia?
Se puede producir un tropiezo importante cuando la ciencia médica toma un lugar tan relevante, cuando el acto médico es ubicado como el "artífice" de la gestación lograda.
Cuando la ciencia, en su intervención, se encuentra demasiado adherida a lo real (genético y biológico), donde hay una preeminencia de lo determinado, donde se tratan de controlar la mayor cantidad de variables, ello dificulta la producción de cierto efecto de significación que toque la subjetividad deseante parental. ¿Qué significa tener un hijo? ¿Qué es ser padre? ¿Qué es ser madre? La palabra de la ciencia cargada de imperativos suele dificultar el reconocimiento del protagonismo de la pareja parental, donde pareciera que es la ciencia la que genera un hijo, no la pareja parental. Situación que puede dificultar también la transmisión del linaje en los casos de donación de gametos principalmente.
El peso cada vez mayor que va teniendo la ciencia, llega en muchos casos a ser intrusivo en el deseo de maternidad o paternidad. Ahijar a un hijo/a no debería estar supeditado a una condición genética determinada. De lo contrario, los datos genéticos del donante o de la donante, tendrían un lugar más importante que los actos promovidos por el deseo que los mismos padres realizan. Es más, es con el deseo y desde el deseo que padre y madre gestan a su hijo ya antes de que el hijo/a llegue.
De hecho, en los casos de hijos "biológicos", llamados así a los que tienen los mismos genes que los padres, no existen garantías de amor incondicional, ni que se parezcan a los padres o abuelos, ni que hereden ciertas condiciones que se suelen dar por adquiridas por el solo hecho de una transmisión genética. Esto es, el Ideal de los padres proyectado en los hijos, Ideal que, por otra parte, no se corresponderá necesariamente con lo que los hijos resultan portar.
Dicho de otra manera, ni el padre puede ser reducido a su esperma, ni la madre puede quedar reducida a su reserva ovárica, ni el hijo puede quedar reducido a una condición genética. Los genes no garantizan el reconocimiento del hijo y la producción de filiación.
El origen biológico en su materialidad se lo puede reconocer, pero no alcanza para lograr una filiación, es necesario un reconocimiento que vaya más allá de lo biológico y que posibilite que ese cachorro sea humanizado por la palabra deseante de la madre y del padre.
El origen que no es biológico.
Comencemos por decir que la genética da algunas respuestas a la pregunta por cierto origen, el biológico. Hay muchas más preguntas que se formulan y no se pueden responder unívocamente, más bien tendríamos que decir que las respuestas a las preguntas por cierto origen que no es biológico resultan ser más que nada, una ficción que cada uno se construye, como la hipótesis de una cerilla que podría, quizá, haber iniciado el fuego.
Incluso, algunas mujeres que están transitando procesos de reproducción asistida, suelen hacer ciertos planteos, o manifestar temores y dudas respecto de la aceptación de la utilización de óvulos donados, por si éstos pertenecieran a alguien que no fuera una "buena persona". No suelen inquietarse por los antecedentes de enfermedades, o cuestiones que tuvieran que ver con la transmisión por vía de lo biológico. Ello ya está resuelto, lo hizo el especialista que estudió con anterioridad esos óvulos donados y confían en esa evaluación[1]. Pero la genética no da esa respuesta. La identidad que tendrá ese niño/a por advenir siempre será una construcción a partir de muchos factores que intervienen en ella, además de los factores biológicos. En el lugar del origen, siempre hay una construcción, una ficción, siempre inconsciente y que opera ante lo imposible de saber.
Entonces decimos: el origen biológico no determina, no es destino. El origen es incierto. El origen no biológico es una ficción. Sabemos que nuestro origen nos precede, pero también podemos ubicar que permanece una parte de él que será inaccesible.
Por lo tanto, el origen es de por si enigmático y lo será, más allá de las técnicas de procreación que se empleen, en laboratorios o fuera de los laboratorios. Hoy la ciencia parecería ser la que puede decir la verdad de una procreación, pero no de una filiación. En las pruebas de paternidad que cada vez son más solicitadas, se espera una respuesta cierta. Pero la respuesta que se encuentra suele confundir la gestación con la función materna y paterna. Ser donante de gametos es algo absolutamente diferente que ser madre o padre. Es decir, que la madre es certísima[2] es algo que se puede sostener en tanto ubiquemos allí la madre biológica. No así cuando ubicamos a la madre en función materna, la madre que está disponible, que ejerce la maternidad desde el amor materno, aún con todos sus malentendidos.
Malentendidos que estarán siempre, dado que la madre y el padre, como todo sujeto son seres del lenguaje, están subvertidos por el lenguaje que transmite un saber inconsciente "fuente de fallos y también de invenciones."[3]
Dicho de otra manera, saber sobre el origen es conocer algunas características que se van transmitiendo de generación en generación, y que han ido modificándose en el entramado de lo transmitido y la interpretación que cada uno le va dando a lo que recibe. Decimos que son sólo algunas características porque entre la transmisión y la interpretación hay un vacío que no se puede transmitir y que queda como un resto enigmático.
¿De qué interpretación hablamos? Decimos interpretación porque lo que se va transmitiendo circula con la impronta subjetiva de cada quien. Podríamos decir que el origen es una interpretación de él. Y en tanto interpretación, ya es un malentendido. Así, los datos genéticos son simbolizados de acuerdo a la historia de cada familia. De esta manera, cada uno irá cubriendo de sentido lo que tiene que ver con el supuesto origen. Como dice Ansermet, "el origen siempre se nos escapa… hay que abstenerse de plantear la cuestión del origen si se quiere llegar a construir filiaciones, genealogías...la procreación es algo distinto al origen… ¿Cuándo comienza la procreación? ¿En qué momento se inicia?".[4] Y agregamos otra pregunta: Por qué reducirlo al corto instante de la concepción?
¿Y por qué ubicamos esa interpretación como malentendido?
Lacan decía que nacemos en el malentendido. Lo dice de esta manera: "Seamos aquí radicales: vuestro cuerpo es el fruto de un linaje, y buena parte de vuestras desgracias se deben a que ya nadaba éste en el malentendido tanto como podía. Nadaba simplemente por la sencilla razón de que el serhablaba a cuál mejor. Eso es lo que les transmitió "dándoles vida", como dicen. Eso heredan. Y ello explica vuestro mal estar en su pellejo, cuando es el caso. El malentendido ya es de antes. En tanto que ya antes del hermoso legado, forman parte o más bien, dan parte del farfullar de vuestros ascendientes."[5]
¿Entonces, Qué origen se puede pretender sostener con los genes propios o no? El del malentendido, el que se decide aceptar dándolo como real. El que se decide creer y apostar a él como fuente de filiación y sostén de un linaje. Y ese origen no es biológico, es el del deseo que se transmite, deseo de tener un hijo que será propio y ajeno a la vez, sea como sea el camino que llevó a su nacimiento, biológico, adoptado, o por genes donados a los que se decide "adoptar".
La procreación por donación de gametos pone en cuestión, interpela inevitablemente la filiación. Esto se produce al romperse el vínculo biológico. ¿La pregunta recurrente de "voy a poder quererlo?... reconocerlo?… surge como un interrogante que aún no tiene una respuesta. La respuesta habrá que construirla. |